Ideas que trascienden al tiempo y el género
- Voz de la Sociedad
- hace 6 horas
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Por ZAIRA ROSAS
En pleno siglo XIII, cuando el mundo parecía dividido entre quienes se ajustaban a las normas estrictas de la Iglesia y quienes vivían al margen, surgió en Europa una alternativa que rompía moldes: las beguinas. Eran mujeres que decidieron no seguir el camino marcado del matrimonio o el convento, sino construir una vida comunitaria con independencia económica, libertad personal y una profunda espiritualidad.
Vivían juntas en pequeños barrios cerrados, llamados beguinajes, donde compartían tareas, cuidaban a enfermos, enseñaban y trabajaban en oficios como el encaje o la enseñanza.
Su propuesta, para la época, era tan innovadora como disruptiva: una forma de vida femenina que no dependía ni de un marido ni de votos perpetuos.
Su impacto fue notable. No solo crearon redes de apoyo mutuo, sino que se convirtieron en figuras respetadas en la atención social, la educación y la economía urbana. En ciudades como Brujas, Gante o Lovaina, su presencia transformó el tejido comunitario.
Y aunque fueron admiradas por su labor, también enfrentaron sospechas y persecuciones, porque su independencia resultaba incómoda para una sociedad acostumbrada a que las mujeres tuvieran un rol más restringido.
Pese a ello, resistieron durante siglos y dejaron huellas visibles, tanto arquitectónicas como culturales, que hoy son Patrimonio de la Humanidad.
Si traemos su experiencia al presente, las lecciones son muchas. Las beguinas nos recuerdan que la comunidad puede ser una herramienta poderosa para la libertad individual. Que el apoyo mutuo, la organización autónoma y la creatividad para generar recursos pueden abrir caminos donde parece no haber opciones.
En un mundo donde la soledad y la precariedad golpean a tantas personas, su modelo, consistente en casas independientes pero unidas por un proyecto común, suena sorprendentemente actual.
No dependían de grandes estructuras para existir: bastaba con un grupo de mujeres dispuestas a cuidar unas de otras y a contribuir al bienestar de la ciudad que habitaban.
En México no existió un movimiento beguinal como tal, pero sí hubo beaterios y comunidades femeninas laicas que compartían ciertas similitudes. Las beatas, al igual que las beguinas, vivían consagradas a la fe y al servicio, sin pertenecer a una orden religiosa formal.
En ciudades como Puebla o Ciudad de México, estos espacios funcionaron como puntos de encuentro, enseñanza y asistencia social, aunque con un control eclesiástico más marcado que el que existía en Flandes o Francia. Aun así, fueron ejemplos de cómo las mujeres podían organizarse, sostenerse y dejar huella más allá del hogar.
Mirando su legado desde la óptica del feminismo contemporáneo, las beguinas podrían considerarse precursoras de un pensamiento que reivindica el derecho a decidir sobre la propia vida. Su existencia fue una declaración de autonomía en un tiempo en que esa palabra ni siquiera se usaba.
Demostraron que la libertad no es solo individual, sino también colectiva, porque se fortalece en comunidad. El hecho de que crearan un modelo que combinaba trabajo, fe, cooperación y vida independiente es un recordatorio de que el cambio social no siempre viene de grandes revoluciones, sino también de la constancia y la cohesión de grupos pequeños pero decididos.
Hoy, cuando hablamos de redes de mujeres, de espacios seguros y de economías colaborativas, en el fondo estamos retomando ideas que las beguinas ya habían puesto en práctica hace más de 700 años.
Su historia nos invita a imaginar qué pasaría si recuperáramos esa visión: barrios o comunidades donde el apoyo mutuo sea la base, donde la soledad no sea una condena y donde cada persona pueda encontrar un rol que aporte y dignifique.
Las beguinas no solo fueron parte de la historia medieval europea; son, todavía, un espejo donde mirar posibilidades de organización social que siguen siendo radicalmente necesarias.
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