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Ellas son las mal pagadas


25 / 07 / 2019

Folclor urbano

Por SALVADOR ESTRADA


chavasec@yahoo.com.mx

La nueva ley del trabajo, a la que los legisladores deben echarle un nuevo ojito, se quedó corta, porque las meseras de los restaurantes-bares, que así se llaman ahora las cantinas, no tienen prestaciones laborales y su salario, en muchos casos, no llega al mínimo.


Estas trabajadoras son el atractivo visual de esos bares y diariamente tienen que lidiar con los clientes eufóricos, que influidos por su bebida preferida, se lanzan a la conquista.


Las chicas han aprendido a soportar a esos galanes ocasionales que “ofrecen la luna y las estrellas” para que esa noche lo acompañe en su “fiesta”.


Algunos parroquianos son simpáticos, chistosos y otros muy pesados, que tambaleándose se atreven a decir “yo me caso contigo, me cay, me encantas de amais”.


Generalmente, las chicas que son contratadas en los restaurantes-bares son de buen ver, pero las que tienen más atractivos trabajan en los restaurantes de postín, donde su salario se incrementa con las propinas que dejan los clientes pudientes.


Las meseras que no tienen esa suerte, pero por su atención educada y simpatía los clientes las recompensan con la propina, aunque no tan abundante y esa extra “les hace el día”, porque su salario es raquítico y ni siquiera es el mínimo que marca la ley.


Existen cantinas, cuyos propietarios son unos explotadores, porque pagan un “salario” que oscila entre cincuenta y cien pesos diarios.


La mayoría de esas meseras son divorciadas con dos o tres hijos y otras nunca se casaron y son madres solteras y todas ellas “aguantan a esos patrones, que no conformes con explotarlas, piden sexo a fin de asegurarles su trabajo”. La mayoría renuncia, no del modo convencional, sino que al otro día no acuden a trabajar al bar restaurante, y buscan de inmediato otra fuente laboral.


Ellas son mal pagadas, pero su trabajo es heroico, porque además, de no sentarse en su jornada, lo prohíbe el patrón-dueño, tienen que cargar la charola y soportar a los parroquianos etílicos y todavía tienen que escabullirse del patrón y después de un día pesado llegan cansadas a su hogar a preparar el desayuno que dará a sus hijos al otro día y arreglar su ropa de trabajo, “su vestuario encantador”.


Las meseras no cuentan con salario mínimo, las propinas son su sostén, no tienen IMSS, obviamente no gozan de vacaciones, ni de aguinaldo, ni del Infonavit y mucho menos del reparto de utilidades, prestaciones que la ley otorga a todo trabajador.


Aunque no tienen esas prestaciones, las meseras confían en la suerte, en la buena suerte, para que un día un buen cliente se fije en ellas, sea respetuoso, la pretenda y lleguen a vivir juntos para que “la retire de trabajar”.


Sin embargo, las necesidades económicas aumentan y ella regresa a “la mesereada”, pero los celos, “los malditos celos” son demasiados los de su pareja y “truena el amor que se tenían”.


Y para no irse con sed, tres copas en la barra: La primera: Reconocer que el trabajo de las meseras es complicado, no comprendido, y mal pagado, por lo cual se debe de reformar la Ley Federal del Trabajo, para que las tome en cuenta y gocen de prestaciones.


La segunda: Los patrones deben “ser metidos en cintura” para que cumplan con la ley y para que no se hagan de la vista gorda y no evadan al fisco.


La última y nos vamos: Los clientes deben ser pródigos con las meseras. No beber la cuarta copa y el importe que cuesta esa bebida darlo de propina ¡Salú!

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