Mujeres que hicieron la Revolución salen de las sombras
30 / 05 / 2019
La historiadora Martha Rocha Salas desempolvó 432 expedientes y vivencias de propagandistas, enfermeras, soldados y feministas
Hace cuatro años, con la obtención del Nobel de Literatura, Svetlana Alexiévich colocaba un megáfono a las voces femeninas acalladas en la historia con H. Así como la bielorrusa recuperó las experiencias de mujeres combatientes de la Segunda Guerra Mundial en La guerra no tiene rostro de mujer; en México, la historiadora Martha Eva Rocha Islas sacó de las sombras los expedientes y vivencias de las veteranas de la Revolución Mexicana en el libro Los rostros de la rebeldía.
En una acuciosa búsqueda en el Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional, la investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) fue discerniendo los méritos por los cuales fueron condecoradas con la veteranía. Mujeres que se desempañaron como propagandistas, enfermeras, soldados y activistas en pro del movimiento revolucionario, fueron reconocidas por decreto presidencial en el mandato de Lázaro Cárdenas, y de manera pública en una ceremonia que tuvo lugar en el Estadio Nacional, el 20 de noviembre de 1939.
Buena parte de los 432 expedientes de las veteranas, reflejan una “transgresión” a las normas socioculturales patriarcales, cómo explicar entonces biografías como la de Amelio Robles Salas, la primera revolucionaria transgénero reconocida, o ese grueso de mujeres clasemedieras, educadas y comprometidas, que
Martha Rocha hizo un breve recuento de su relato colectivo en el Diplomado Historia del Siglo XX Mexicano, que organiza la Dirección de Estudios Históricos (DEH) del INAH. Precisó que, de esos más de 400 expedientes, sólo 22 corresponden a soldados mujeres, una categoría donde no entran las “soldaderas”, personajes fijados en el imaginario colectivo en la posrevolución, que “trasladaron la domesticidad de sus hogares a los campamentos de guerra”, sin participar en combate.
“Frente al modelo anónimo de la soldadera, surgió la singularidad de las mujeres que se entregaron a la guerra. Una fotografía grupal de ellas empuñando armas en Ario de Rosales (Michoacán), es constancia del entrenamiento militar que recibieron las mujeres a partir de un decreto emitido en el constitucionalismo, pese al temor de que se ‘masculinizaran’”.
Esas soldados, a diferencia de propagandistas, enfermeras y activistas, se encontraban en el ámbito rural, y es justo la territorialidad —más que una convicción política— la que definiría su adhesión a uno y otro bando revolucionario, señaló la especialista de la DEH.
“Las hazañas de estas soldados lindan entre el mito y la historia. Por ejemplo, a diferencia de lo que podemos ver en algunas películas, nunca llegaron a ostentar altos grados militares, el mayor fue el de coronela”.
Expresa que de estas 22 soldados que constan en los expedientes de veteranas de la Revolución; cuatro son maderistas, siete zapatistas, y once carrancistas. Su participación en la guerra fue posible, en parte, a la improvisación de los ejércitos rebeldes y los avances técnicos: armas más ligeras y fáciles de cargar. “El adiestramiento militar lo recibieron en la línea de fuego y a golpe de bala. Prueba de ello fueron las heridas y —en no pocos casos— la muerte en combate”.
Las duranguenses Valentina Ramírez Avitia y Clara de la Rocha (combatiendo al lado de su padre Herculano de la Rocha) fueron soldado y coronela, respectivamente. Ambas ingresaron a las fuerzas del general Ramón F. Iturbe; Valentina solo participó en algunos combates, hasta la Toma de Culiacán, entre el 20 y el 23 de mayo de 1911, quedando inmortalizada el 7 de julio de ese año en una fotografía publicada en La Semana Ilustrada.
Un caso extraordinario es el del zapatista Amelio Robles, una mujer transgénero. “Al parecer, este personaje no tuvo mayores problemas de ostentarse como hombre. El coronel se incorporó al zapatismo en 1913. Reunió 15 hombres en Xochipala, Guerrero (donde hoy una casa-museo lleva su nombre), y en su expediente se refiere su destacada actuación, arrojo y valentía en la Toma de Iguala de ese año, así como en la de Chilpancingo en 1914, en ambas la victoria fue para los zapatistas”.
Sin embargo, las agresiones sexuales no fueron ajenas a las mujeres enroladas, el propio Amelio Robles y su correligionaria, “Chonita” Espinosa, refirieron haber sido atacadas, pero también admitieron “deber algunas vidas”, antes de entrar a las filas zapatistas. “Chonita” había matado a su marido por una traición, y Amelia Robles, en su adolescencia, asesinó en defensa de su “honra”.
“Amelio Robles se retiró tras la muerte de Emiliano Zapata, siempre contó con respeto y llegaba a portar el uniforme militar, y presentó sus fotos vestido de esta manera para la obtención de su veteranía”. Martha Eva Rocha precisó que los últimos en recibir este reconocimiento fueron los zapatistas, por medio de un decreto del entoncesPpresidente Luis Echeverría (1970-1976).
En la ponencia de la investigadora también “desfilaron” las mujeres que instaron a la formación de los clubes antirreeleccionistas a favor de la causa maderista. En 1909, Petra Leyva organizó el Club Josefa Ortiz de Domínguez; Dolores Jiménez y Muro, el llamado “Hijas de Cuauhtémoc”, y las hermanas Narváez, la Primera Junta Revolucionaria de Puebla, que —en un periodo posterior— se reorganizó como la Segunda Junta Revolucionaria Puebla-Tlaxcala. También cabe citar el Club Lealtad, en el que figuraron María Arias Bernal y Eulalia Guzmán.
La escisión de “Hijas de Cuauhtémoc” —cuando algunas siguieron al zapatismo y otras se quedaron para apoyar al constitucionalismo—, daría lugar al Club Hijas de la Revolución, ligado al carrancismo.
“Algunas propagandistas tomaron la pluma como arma de lucha y opinaron en diversos escritos, generados por ellas. Esto no las libró de padecer persecuciones, cateos y encarcelamientos por parte de los huertistas, debido a sus actividades subversivas, entre ellas tenemos a Mercedes Arvide y a María Arias Bernal, quien moriría en 1923 por las secuelas de una neumonía contraída durante su último aprisionamiento en la Cárcel de Belé, indica.
“Una buena parte de estos textos propagandísticos nos muestra cómo este pequeño grupo de mujeres intentó sensibilizar, convencer y activar la conciencia del pueblo para que participara por una sociedad más justa”, expresa.
“Este conjunto de mujeres sirvió además en tareas de espionaje, de correo clandestino, como agentes confidenciales, y se comprometieron en el acopio y distribución de armas y parque, e incluso de reclutamiento. Las redes sociales y de parentesco fueron fundamentales para llevar a buen término sus comisiones y nos revela que la participación en la Revolución Mexicana fue familiar”, concluye la historiadora Martha Eva Rocha Islas.